Lo que Tolkien me enseñó
En un principio iba a abordar este artículo de una manera totalmente diferente a la que vais a leer a continuación. Quería que se tratase de un diario de lectura en el que iría, poco a poco, desarrollando mis ideas y pensamientos sobre el primer libro de la trilogía de El señor de los anillos. No obstante, me encontré tan sumamente ensimismada en la lectura que me sentía incapaz de sentarme tranquilamente a escribir sobre mis pensamientos, pues necesitaba ordenarlos primero para después poder exponerlos.
Ya os comenté no hace mucho que El hobbit no había sido un libro que me hubiese fascinado sobremanera. Con La comunidad del Anillo he tenido una sensación totalmente diferente. Es, incluso, complicado de explicar. No es una fascinación plena lo que siento por el literato Tolkien, es más, podría decir que la faceta que más me gusta de este señor es su yo lingüista y no su yo escritor. Eso no quiere decir que sea incapaz de darle segundas oportunidades o que en los siguientes párrafos me dedique a atacar la magnánima obra del escritor. Todo lo contrario: con toda mi buena fe, voy a alabar, de forma consciente, la obra del autor y, asimismo, a destacar algunos puntos que, subjetivamente, me parecen, en ocasiones, prescindibles.
Para hablar de una obra necesitamos apoyarnos siempre en el contexto; por ello, es conveniente explicar quién fue Tolkien, el hombre; Tolkien, el lingüista; y Tolkien, el escritor. Sin duda alguna, por mucho que procedáis a la lectura de las siguientes líneas, os recomiendo encarecidamente ver la película Tolkien (Karukoski, 2019), para acercaros más a su persona.

John Ronald Reuel Tolkien, bien conocido por todos nosotros como J. R. R. Tolkien, fue un escritor, poeta, filólogo, lingüista y profesor universitario, y autor de novelas clásicas de alta fantasía. Nació en Sudáfrica en 1892, pero se mudó junto con su madre y su hermano a Inglaterra debido al estado de salud que tenía de pequeño. Su padre, Arthur, se reuniría con ellos más adelante, pero murió de fiebre reumática en 1896. La madre de Tolkien, Mabel, se fue a vivir con su familia de Birmingham con sus dos hijos, de cuya educación también se encargaría.
En 1900, Mabel y sus dos hijos se convirtieron al catolicismo pese a la oposición de su familia. Esto tuvo como consecuencia la retirada de la compensación económica que la familia de Mabel le daba para el cuidado de los niños. Finalmente, moriría a causa de diabetes en 1904, cuando J. R. R. Tolkien tan solo tenía doce años y se vio obligado, junto con su hermano pequeño, a internarse en un orfanato. No obstante, el padre Francis Xavier Morgan, lo apoyó de forma moral y económica y desempeñó un papel bastante relevante en su vida (del cual, probablemente, hablaremos en alguna otra ocasión).
En 1908, en el orfanato en el que residía, conoció a Edith Mary Bratt, de quien se enamoró. El padre Morgan quería que Tolkien se centrase en sus estudios y le prohibió tener encuentros y correspondencia con ella hasta que no tuviese los veintiún años.
Mientras estudiaba en el King Edward de Birmingham, formó un club con tres amigos suyos cuyo nexo de unión era el arte, la literatura y la poesía.
Sí, suceden muchas cosas en la vida de Tolkien. La mujer de la que siempre había estado enamorado se comprometió con otro hombre, pero el amor lo vence todo y no solo se convierte en su musa, sino también en su mayor fuente de inspiración. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Tolkien sirvió como oficial de comunicaciones en la batalla de Somme hasta que enfermó con la fiebre de las trincheras y tuvo que volver a Inglaterra.
Quizá os estéis preguntando por qué os cuento todo esto. Veréis, la religión, el amor y la guerra marcan la vida y, por lo tanto, parte de la obra de Tolkien. Es necesario conocer al escritor primero para entender el porqué de sus palabras.
Otro dato relevante es su membresía en el club literario Inklings, junto con el famoso escritor y corrector de las obras de Tolkien, C. S. Lewis. Los miembros de este club se juntaban para recitar sus obras, poemas e incluso capítulos de sus propias creaciones. Es decir, este club y los hijos de Tolkien fueron sus primeros lectores cero.

Su amigo Lewis lo propuso como candidato para el Premio Nobel de Literatura. No obstante, nunca lo recibió porque el jurado alegaba que Tolkien tenía una «pobre prosa».
Tras su muerte en 1973, su albacea literario e hijo, Christopher Tolkien, se encargó de publicar obras basadas en las notas y los manuscritos inéditos de su padre, entre ellos, El Silmarillion.
¿Qué tienen sus obras que tanto me gusta? Lo primero de todo, que sirvieron como pretexto para depositar todo su conocimiento lingüístico. Su capacidad de crear lenguas es algo que no todo el mundo con la habilidad de escribir literatura fantástica puede hacer. Es, sin duda alguna, un genio de la palabra y ese es un mérito que todos le debemos reconocer. Son muchos escritores los que se han aventurado en la ardua tarea dela creación de nuevas lenguas para sus escritos. Julio Verne jugueteó con esta fantasía en su obra Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), A. Machen creó el aklo y J.K. Rowling inventó el pársel.
No obstante, ninguno ha podido realizar un trabajo tan profundo como el de Tolkien, quien llegó a crear quince idiomas gracias a sus profundos conocimientos como filólogo y lingüista. Desde el quenya o alto élfico, hasta la Lengua Negra de Mordor. La belleza lingüística que hay en estas obras, para los amantes de la palabra, tiene un valor incalculable.
Se nota, desde un primer momento, que Tolkien sabe lo que hace y cómo lo hace. Así lo demuestra en el prefacio de El señor de los anillos. Si hay algo que debemos entender de Tolkien es que escribía para sus lectores lo que a él le gustaba, no lo que los demás podrían esperar del escritor. Esto se ve reflejado cuando argumenta en el prefacio, escrito en 1966: «[…] El primer motivo fue el deseo de un cuentista: probar la mano en una historia realmente larga que mantendría la atención del lector, lo divertiría, lo deleitaría, y a veces quizá lo excitaría y lo conmovería profundamente. No tenía otra guía que mis propios sentimientos acerca de lo que es atractivo o conmovería profundamente. No tenía otra guía que mis propios sentimientos acerca de lo que es atractivo o conmovedor, y para muchos esta guía no era, por supuesto, adecuada».
No a todo el mundo le resulta atractiva la alta fantasía o el viaje de nueve personas, y de esto es plenamente consciente el escritor. El prefacio fue posterior al rechazo por parte de la Academia Sueca. Les dejó también un precioso mensaje a ellos y al jurado que desechó su obra y que reza así: «Algunos de los que leyeron el libro, o al menos que lo reseñaron, lo han encontrado aburrido, absurdo, o despreciable; y yo no tengo por qué quejarme, pues pienso casi lo mismo acerca de sus obras, o de los tipos de libros que evidentemente prefieren». Tolkien, con mucha elegancia, es capaz de ver este premio como una nimiedad. No creo que haya dolor en sus palabras; más bien lo que sí hay es un atisbo de indiferencia hacia las críticas recibidas por parte de la Academia. Él ya había logrado su objetivo: complacerse primero a sí mismo por haber creado una historia larga y, segundo, complacer a sus hijos, que eran los que siempre querían conocer las historias de su padre. Posiblemente esa fue su mayor satisfacción, quién sabe.
«No puedo contentar a todo el mundo y lo que a uno le parece maravilloso, al otro le parece un defecto», comenta deforma extensa en dicho prefacio.
En efecto, Tolkien se estanca demasiado en ciertos pasajes en los que llega un punto en el que te planteas el porqué de la existencia. Se hacen largos, sí. Podríamos hasta decir que se hacen una carga muy pesada. Sobre todo sucede si vienes de las películas, donde Peter Jackson hace una adaptación de la novela bastante exquisita y buena, y recorta los pasajes en los que la acción es prácticamente inexistente. Después de ver semejante adaptaciones, que sin ser en su versión extendida, son largas, es normal que en ciertos trayectos de la aventura se te haga tediosa la descripción y la narración de los hechos. Incluso el propio Tolkien, que se denomina como el lector más crítico, encuentra defectos en su obra, pero como él mismo señalo «[…] no estoy obligado a reseñar el libro o a escribirlo de nuevo, no los tendré en cuenta…».
Los estilos maduran conforme pasan los años. Lo que nos parecía perfecto, o sencillamente correcto, puede tornarse tedioso o verlo como un error, pero ¿quiénes somos nosotros para discutir con nuestro yo del pasado, si ya ha perecido y ha dado el paso a un nuevo yo?
Como veis, esta no es una reseña común y, aunque podría terminar diciendo que os recomiendo encarecidamente que intentéis leer la obra y, si no os gusta, la apartéis, prefiero terminar sacando las conclusiones de lo que Tolkien me enseñó.
Un escritor no es y no debería ser jamás el siervo de su lector. Está bien crear historias que puedan gustar a un público amplio, pero eso no quiere decir que a todo el mundo le fascine. El escritor se ha de servir a sí mismo. Siempre. Si constantemente escribimos para agradar a los demás, el arte deja de tener sentido. El arte es sobre todo un estado del alma y así debería ser hasta el final de nuestros días.
Namárië!
Si te ha parecido interesante Lo que Tolkien me enseñó, no olvides echarle un vistazo a los siguientes artículos:

Suscripción de libros sorpresa según tus gustos
DESCUBRE MÁS


Celia Moreno Campos
Graduada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Murcia y escritora en la revista «En plan culto», de la UCM. Libros, cine y música.